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EL CRIMEN DEL CANCILLER
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El apacible Santiago de principios del siglo XX fue remecido por un asesinato que, tanto por su macabra astucia como por su protagonista, no sólo golpeó al país entero sino que alcanzó connotación internacional.

El viernes 5 de febrero de 1909, la vieja “paila” del Cuerpo de Bomberos de Santiago, llamaba a sus voluntarios entre los que se encontraba el presidente de la República, don Pedro Montt a concurrir al incendio declarado en Alonso Valle y Nataniel Cox, sede de la Delegación Imperial de Alemania. La violencia del siniestro, unida a la falta de agua, arrasó con el edificio, cuyo segundo piso se derrumbó.

Al momento de comenzar el fuego solamente se encontraban en funciones el Canciller Guillermo Beckert y el portero Exequiel Tapia.

Horas más tarde, ya extinguidas las llamas, el Ministro de Alemania, Hans von Bodman, que esa misma mañana había conversado con Beckert cuando éste se encontraba lacrando la correspondencia, comenzó a preocuparse por la ausencia del funcionario durante el siniestro, por lo que temiendo que la vela utilizada en el sellado, hubiese causado la desgracia, solicitó a Bomberos la remoción de escombros.

En efecto, al anochecer, los voluntarios encontraron un cuerpo calcinado, pero que aún contenía sin alteración algunas dos joyas: una del anillo de diamantes que siempre portaba Beckert; la otra era la argolla de compromiso con el nombre de su esposa.

Entonces no cabe duda, el cadáver era el de Guillermo Beckert. Así lo confirmó posteriormente la autopsia. En tanto el portero chileno, Exequiel Tapia había desaparecido. ¿El victimario huyó? Más aún cuando la caja fuerte, que habitualmente contenía alzadas sumas, se encontraba semi abierta y sin un centavo. No obstante, dos días más tarde, los diarios “El Ferrocarril” y “El Mercurio” en un golpe noticioso informaron que el cadáver no correspondería a Beckert sino a Tapia.

Lo anterior amerito una segunda autopsia, esta vez practicada por facultativos germanos, quienes comprobaron que efectivamente se había cometido un crimen.

Las huellas de un golpe en la cabeza, presumiblemente con algún laque y una puñalada en el pecho así lo señalaban.

En otro ámbito, un pintoresco personaje vestido en forma estrafalaria se dirige al sur en un vagón de segunda clase. Ciro Lara, hijo de alemanes acomodado recorre el país para posteriormente cruzar la frontera argentina, según confidenció a un ocasional compañero de viaje, quien incluso le ofreció su ayuda para conseguirles los mejores animales para cruzar la cordillera.
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En la ciudad de Victoria, Lara adquirió dos soberbios caballos, contrató un ayudante u además canceló en un banco una considerable suma en efectivo, para que el equivalente en moneda argentina le fuera entregado en Buenos Aires. Mientras esto sucedía, la policía chilena, que permanecía alerta desplegando sus máximos esfuerzos en busca del portero Tapia, asesinado por Beckert, logró contactarse con el que fuera casual acompañante de Ciro Lara, de donde nacieron algunas dudas, entre otras, cómo explicarse que una persona de elevada posición viajara en segunda clase.

Por lo que el subinspector de policía Froilán Garretón, acompañado del informante acudió a interrogar a Lara, justo cuando éste se disponía a partir.

Al ser abordado por el detective, Ciro Lara respondió y con serenidad a todas sus preguntas. Además exhibió un pasaporte que no dejaba dudas de su autenticidad e identidad: Ciro Lara.

Guillermo Beckert Trambuque
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Ante los hechos, el oficial dio las excusas correspondientes y se despidió. Pero de la entrevista nació una desconfianza mutua, mientras el policía solicitaba telegráficamente a Santiago mayores antecedentes del singular personaje.

La respuesta fue una orden de detención y con ella en la mano partió a arrestar a su hombre. Pero ya el cauteloso Ciro había partido rumbo a Curacautín.

Mientras todo esto sucedía, y en la capital se preparaba el solemne funeral de Guillermo Beckert, el doctor Germán Valenzuela Basterrica, director de la entonces Escuela de Dentistica de la Universidad de Chile, no soportaba el baldón que constituía para su patria y no le convencía que un hombre sencillo y bueno como Tapia pudiera ser capaz de cometer tan horrendo crimen.

Fue así como un deber de conciencia le llevó a exponer sus dudas al juez de la causa, solicitándole le permitiera examinar la dentadura del cadáver.

Obtenida la aprobación no perdió el tiempo en dirigirse, documento en mano hasta el lugar donde eran velados los restos del Canciller.
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Como el profesional ya conocía por declaraciones de la señora de tapia, que éste conservaba su dentadura en perfecto estado aprovechó el mismo velorio para conversar con la viuda de Beckert, quien le manifestó que a su marido le habían practicado algunas extracciones molares, además de tener un diente de oro, trabajos realizados por el doctor Denis Lay, precisamente un ex alumno del Doctor Valenzuela.

Con estos valiosos antecedentes se procedió a abrir la urna y a extraer las piezas dentales que el doctor llevaría a examinar.

Poco después se realizaría con impresionante solemnidad y asistencia de lo más selecto del Cuerpo Diplomático, autoridades y personalidades los funerales del Canciller de la Legación Imperial de Alemania, Guillermo Beckert Trambauer.

El Ministro de Alemania, Hans von Bodman, en su discurso hizo gala de los relevantes méritos del infortunado Canciller, destacando las cualidades de funcionario ejemplar, su lealtad al Imperio y especialmente su honestidad.

De paso, diplomáticamente condeno el “alevoso atentado” y los honores rendidos hacían más profunda la humillación que todos los chilenos sentían por tan cobarde crimen.

En tanto el doctor, una eminencia médica de prestigio internacional, que no había descansado un segundo, ya tenía absolutamente clara la situación.
Fuente indispensable para saber de este hecho policial histórico que marco el siglo XX
 
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EL CADAVER CONSERVABA SU DENTADURA COMPLETA, LAS 32 PIEZAS .

Posteriormente, en el archivo del doctor Lay se comprobó que Beckert se había sometido a diversas intervenciones, que totalizaban 8 tapaduras, una corona, un tratamiento de conducto y cinco extracciones. Además la dentadura pertenecía a una persona menor de 30 años. Beckert tenía 39 y Tapia 23, y no le faltaba ninguna muela. Ahora si el cerco se había cerrado, sólo restaba la detención de Beckert.

El subinspector Garretón que prácticamente no dormía en procura de su objetivo, cada instante acortaba terreno. Fue así como unido al Teniente de Carabineros de la zona, Manuel Fuenzalida y a seis funcionarios más, comenzaba a estrechar el cerco.

Finalmente Guillermo Beckert fue condenado a la pena máxima por homicidio calificado de Exequiel Tapia, además de otros cargos diversos, como el incendio de la sede diplomática.
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Después de apelar y de las múltiples presiones que el Presidente de la República, don Pedro Montt recibió para indultar al condenado, entre éstas una petición de la viuda de Tapia (y ninguna de la esposa de Beckert) el día llegó.

El Canciller Guillermo Beckert fue fusilado el 5 de Julio de 1910.

A los 18 meses de cometido caía el telón para uno de los crímenes más infames de la época.

Fuente: Suceso Policial
(Revista Quincenal) N°2 - N° 90
(sin fecha)

Firmado por Rafael Montes
Imagen de la época del incendio en la sede diplomática
 
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