A mediados de Octubre de 1963, acompañado del Sr. Genes Gutiérrez, que entonces era mi ayudante, actualmente desempeñándose en las oficinas de Vialidad de Traiguén y otro funcionario más del cual no recuerdo el nombre y desconozco su ubicación, hacíamos monografías de caminos, en el sector de Inspector Fernández, cercano a la Laguna Malleco , al este de la ciudad de Victoria, correspondiente a áreas de contrafuertes de la cordillera de Los Andes a 40 kilómetros.
Llevábamos más de una semana caminando, trabajando, y alojando en casas particulares. Así pasado el fundo San Gregorio en la última casa del previo, los inquilinos nos dieron alojamientos. Llegamos a esta casa a las 18,00 horas, pernoctamos y alrededor de las 06,00 horas nuevamente emprendimos el camino en dirección a la Laguna Malleco , tras informarnos de que allá había la última casa donde podríamos alojar. Nuestro trabajo era anotar las características de los terrenos que allí existían, sus bosques, accidentes de la ruta, topografías y lugares adyacentes, etc.
Como a las 10,00 horas estando el día absolutamente despejado y con el sol encontramos al lado derecho de la ruta una casa ruinosa, tipo mediagua, con palos, ramas y una puerta que estaba abierta. La rodeaban grandes árboles.
Nos acercamos con la intención de pedir agua caliente para preparar café y desayunar, a pesar que sabíamos de antemano por datos de que allí no existía casas ni era lugar poblado. No tenía cerco y había un evidente ambiente de abandono.
Nos acercamos los tres y gritamos, para llamar la atención de posibles habitantes.
Para sorpresa nuestra se asomó a la puerta una viejita de no más de un metro y veinte, muy delgada con rostro alargado, pelo negro, desgreñado, y extremadamente arrugada de piel, agudamente morena, sin llegar hacer negra, con nariz ganchuda o aguileña y larga; las orejas se las cubría el pelo suelto; sus ojos eran absolutamente azules intensos; sus ropaje lo constituía una especie de tunica o vestido largo de una sola pieza que llegaba al suelo no viéndosele los pies. Era del cuello hasta abajo no apreciándose costura ni botones con mangas anchas, siendo su color negro extremadamente brillante. Yo nunca había visto algo así, ni mis acompañantes tampoco. En esa época no existían esas clases de géneros. Y no tenía una sola arruga.
Era absolutamente liso. Daba un sonido metálico.
Le pedimos agua caliente, pero no dio respuesta. Solamente giro se desplazó hacia el interior donde estaba oscuro. No camino. El piso en el interior era de tierra y no existía claridad alguna. Esto nos sobresalto, pero no tuvimos miedo, según lo conversamos después.
Recuerdo que trate de verle los ojos, entre tantas arrugas y pelo desgreñado suelto y me parecieron azules intensos.
Nos quedamos afuera esperando. Más, no habían transcurrido ni 30 segundos cuando desde el interior también deslizándose se asomo una mujer bellísima de pelo rubio hasta la cintura, tez absolutamente blanca, ojos sumamente azules y grandes, orejas tapadas con su pelo más abajo de sus hombres, también de cara alargada más debajo de sus hombros, y estaba cubierta con una vestidura amplia color azul-rey muy brillante, sin botones y costura que le iba desde el cuello hasta el piso y no se le apreciaban los pies. Era de una sola pieza de mangas anchas, liso. Al roce producía un ruido como si fuera metálico igual al de la anciana. Rostro serio, sin gestos pero movía la cabeza y ojos observándonos. Manos blanca de dedos largos, cinco, que se le habían pasar de las mangas anchas o amplias que usaba; rostro definido… ojos nariz fina y pequeña, y mentón pero cara alargada, como ya expresé igual al de la anciana. Un metro ochenta de estatura, yo uno setenta le llegaba a su boca.
En la mano izquierda portaba una tetera pero no tradional, sino como las modernas de ahora, brillante acero inoxidable sin tizne ni muestra de que hubiera estado expuesta al fuego de leña o carbón. Vacío agua caliente en cada jarro, tres, i giro desplazándose, no caminado, hacia el interior de la rancha
Antes de retirarnos, mientras bebíamos el café la mujer rubia, también de un metro ochenta de estatura se asomó brevemente a la puerta y volvió al interior.
Estuvimos como media hora haciendo desayuno y, al terminar apareció otra vez la mujer rubia el la puerta, en ningún momento salió más afuera y nos habló en los siguientes términos, en castellano pero dificultoso, ya que se le escurría abundante saliva por la boca mientras gesticulaba… |