A la llegada de los españoles, los indígenas de Pullimalli ya explotaban un mineral del Limarí que hoy es conocido como Los Mantos.
Por 1610 llegó al lugar un jesuita de nombre Miguel que, con la intención de evangelizar, construyo una capilla, hecho que unido a la simpatía del sacerdote atrajo la atención y el cariño que muy pronto por él tomaron los lugareños, ya que además de dichas cualidades el padre Miguel agregaba a su persona los conocimientos de medicina que tenía y de otros menesteres caseros que practicaba en beneficio de todos.
Esto trajo en su contra la envidia, el celo y el odio del hechicero de esos contornos, brujo que no esperaba otra cosa que la oportunidad de exterminar de cualquier modo al jesuita.
Entre sus pertenecías, Miguel había llevado consigo una campana traída desde España, que la utilizaba en cualquier circunstancia. Así llamaba a los feligreses a sus oficios religiosos, anunciaba buenas y malas nuevas, prevenía estados de alerta, en fin, aquella campara era una especie de vehículo comunicador entre todos los habitantes de Pullimalli.
Del hechicero se contaban muchas cosas. A decir que los ancianos que narran la leyenda, éste poseía poderes sobrenaturales que sin duda pensaba utilizar en prejuicio del jesuita, Una noche se Apersonó donde el sacerdote.
¡Qué deseas, enviado del demonio! Preguntó el sacerdote
Vengo a decirte que te vayas, aquí no podemos estar los dos. Si no lo haces, te demostraré que soy más poderoso que tú.
Hazlo.
El hechicero salió de la capilla, Miguel le siguió. El brujo, por medio de extraños movimientos, alzando los brazos y emitiendo ciertas palabras, hizo que el cielo se cubriera de nubes para que a los pocos instantes una fuerte tormenta azotara al pueblo sin piedad.
¡Pullimalli desaparecerá inundado por el agua y enterrada bajo el lodo! El brujo gritaba endemoniadamente.
Miguel corrió hacia el interior de la iglesia y sacó la campana, para alentar a la gente, sin embargo el hechicero llego rápidamente junto a él y se la arrebato de sus manos, corriendo con ella hacia la oscuridad de la noche.
¡Dios mío, ayúdanos! Imploró el jesuita
El brujo ya estaba en medio del pueblo, de pronto un rayo venido desde el espacio lo lanzó al suelo. Miguel se aproximó cautelosamente y con estupor cómo el maligno había sido transformado en piedra. Busco la campana y no la encontró. Esta habíase fundido en medio de la roca que cavaba de formarse. |