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Su cuerpo estaba en perfecto estado, sus tejidos corporales denotaban detalles de una piel intacta, su pelo, su ropaje, todo estaba perfectamente conservado. (Ver más...)
 
 
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Osvaldo Muray , nos ofrece una versión inédita de sus experiencias en los cerros de Chacarilla y que no incluyó en su libro “Los Seres de la luz”. Su exposición en terreno, resultó altamente relevante al producirse una luminosidad potente justamente en la hora que nos indicó y además una cámara del IIEE captó a plena luz del día una extraña luminosidad fulgurante. Vamos por parte y veamos que nos indican los antecedentes recogidos, de mano de su propio protagonista.

LOS “CAZADORES” DEL CERRO CHACARILLAS

Si usted dijera: “participé en una amena charla de 15 minutos con cuatro extraterrestres”, lo enviarían de inmediato al diván del siquiatra. Por esa y otras razones, no incluí en el texto de mi libro “Los Seres de la Luz” tan fantástica experiencia y decidí guardarla para un segundo libro, que sería la continuación del ya mencionado. Pero nuevas inquietudes temáticas me fueron alejando de ese segundo libro y hoy, he decidido dar a conocer algunos capítulos abreviados - porque lamentaría que el polvo del tiempo y del olvido los siga cubriendo - a través de mi amigo Raúl Núñez y su página del IIEE, tal como le entregara detalles de “Los Seres de la Luz”, antes que dicho trabajo entrara en prensa y cuando Raúl aún residía en España.

Una segunda razón, para archivar el encuentro con los cuatro ET, tiene que ver con mi rechazo a una serie de versiones (la primera nacida en los EE UU) que consideré, y sigo considerando, absolutamente ridículas, versiones que afirman que los Ovnis lucen pintadas en sus carrocerías, la suástica nazi como ridícula es la afirmación que los Ovnis fueron una invención de los científicos alemanes de la era hitleriana. A través del siguiente relato, se verá el porqué de mi rechazo a la mezcolanza nazis-ovnis.

Alrededor de la una de la tarde del primer día de enero (Año Nuevo) de 1991, viajo en un auto de TV Nacional, que enfila desde la Circunvalación Américo Vespucio hacia el canino llamado Guanaco Alto, ruta que finaliza al borde mismo de la cara oeste del Cordón de la Chacarilla, y se extiende desde la carretera General San Martín - en el oeste, siempre en forma ascendente - y unos diez kilómetros después, tuerce bruscamente hacia el sur (dando nacimiento a la Quebrada del Mal Paso), hasta desembocar en la Circunvalación Vespucio. En esta fase norte-sur del cordón, se registra la mayor altura del extenso cerro, cercana a los mil metros. Al frente mismo de la cima, se estaciona el auto de la TV. En esta cara del cerro, que mira hacia el oeste, existe una curiosa depresión desde la cima misma hasta unos cien metros antes de la base y que por su forma ovalada, he bautizado como “la cuchara” a la cual sólo le falta el mango para completar la similitud, y cuyas paredes son absolutamente verticales.

Mis compañeros de viaje son el camarógrafo, Bruno Balestrazzi, el iluminador y el conductor del vehículo. La razón de nuestra visita a pleno día, es buscar un sitio donde instalar un campamento base a los pies del cerro, porque esa noche—lo he asegurado al editor jefe de TVN, mi viejo amigo Gazzi Jalil - se repetirán las fantásticas incursiones de naves y seres, obviamente, no terrestres. Al frente mismo de la “cuchara” existe una pequeña colina desde donde tenemos una amplia visión de todo el entorno por donde se muestran tres días a la semana, estos enigmáticos visitantes. Ya con el lugar elegido, abandonamos el cerro y volveremos al caer la tarde, para aguardar la llegada de los ya habituales “exploradores” de otros mundos.

En el mes de enero, Santiago disfruta del sol hasta pasadas las 21 horas — 9 de la noche — por lo cual, cuando vamos de regreso al cerro a las siete de la tarde, es pleno día de un verano caluroso y esplendoroso. Ahora somos nueve los integrantes de la expedición destinada a cazar ovnis, según bromea mi cuñado, Miguel Pica Casanova, al que invité por su calidad de cazador, otro par de cazadores y mi hijo Osvaldo, entonces de 11 años En el equipo de TV Nacional se ha agregado un ingeniero que trabaja en el sistema de microondas del canal, quien viene sólo en calidad de aficionado a los misterios extraterrestres.

A las siete y media de la tarde estamos instalados en la cima de la pequeña colina, frente a la “cuchara”, y les aseguro a mis acompañantes -como dicen los lugareños en un tonillo irónico-, que los “cazadores” aparecen cuando es noche cerrada. Para la gente que vive en los alrededores del cerro, hablar de cazadores es una tontería, porque se trata de “cazadores que vuelan”.-

Como he afirmado que los exploradores ET aparecen de noche, nos sorprenden desprevenidos, cuando cinco minutos después sobre la cima del cerro, aparecen dos luces brillantes que se mueven en forma errática, y hacia el norte--pero también en las alturas--, ya no sobre la cuchara, una tercera luz. Pese al intenso sol que alumbra el macizo, las luces emiten un poderoso resplandor, que lleva al iluminador del canal a decir que, no existe cazador que posea una batería tan potente como las que estamos viendo (y que, además, se mantienen encendidas cinco o más horas). Como las dos luces ya incursionan dentro de la cuchara, me acerco a mi cuñado/cazador y le pregunto: ¿que te parecen esos “cazadores”?, aludiendo al hecho que se mueven en el vacío, tanto en forma horizontal como vertical. Su respuesta me asombra tanto como los ET: Bueno, son muy ágiles, pero son cazadores. Y por donde caminan, cuando es una pared vertical —contraataco— y sin perder la flema me replica: deben existir algunos caminitos que no alcanzamos a ver.

Las siguientes tres horas las pasamos observando las luces, que a medida que llega la penumbra del anochecer, adquieren un resplandor cada vez más potente. Una cuarta y una quinta luz se suman a las tres primeras y todas han descendido bastante y recorren la enorme superficie—sembrada de densa vegetación—que tenemos frente a nuestro campamento base sobre la colina.

Nos acercamos a las 22,30 y de pronto, casi a nuestro nivel y a unos 300 metros de distancia hacia el norte, y sobre la falda del cerro, observamos la aparición de una luz, cuyos rayos se filtran nítidos a través de las matas de espino, que forman una pared casi inexpugnable. Desde su ignoto emplazamiento, la luz alumbra hacia su izquierda (nosotros estamos hacia su derecha) como explorando la superficie ascendente y para cuyos rayos, la vegetación no es problema porque la traspasa como si no existiera.

Uno de los integrantes de nuestro grupo les grita a los “cazadores” ¿cómo ha resultado la caza? La respuesta llega de inmediato: “más o menos”.- La luz comienza a moverse con rumbo sur este (hacia la cuchara). Aferrando los binoculares, le digo a mi hijo: ven, vamos hacia un lugar más oscuro, porque las poderosas luces de la TV se meten en mi “largavista” y hacen que nuestro campamento base aparezca más claro que la Plaza de Armas.

Nos alejamos unos 200 metros, como tratando de interceptar a los “cazadores” que se han puesto en marcha. Nos detiene un cerco de alambres de púas, a cuyos pies se desliza cuesta abajo y rumoroso, un arroyuelo. Hinco mis rodillas en el suelo mojado, amontono varias piedras de gran tamaño y sobre este improvisado mirador, instalo los binoculares. Sin darme cuenta que estoy casi en el agua, comienzo a seguir el paso de los exploradores y lo que veo, me deja casi paralogizado de sorpresa:

El rayo de luz, de un color naranja desteñido, mide más de 200 metros y se difunde en línea recta sobre la superficie, atravesando los espinos—de ramaje muy denso en la época—que se tornan transparentes. Quiero enfatizar el hecho que esta luz no es como cualquiera otra luz que uno conozca, por ejemplo la, luz de una linterna, que desde que sale del foco se ensancha infinitamente. A ambos lados de este verdadero camino luminoso que se desliza hacia la cuchara, caminan dos hombres de corta estatura, vestidos con un mameluco de color azul, como los de un garajista común y corriente. Ambos seres caminan—no corren—con gran premura, a tono con la velocidad con que se desplaza la luz. En ningún momento entran en la zona de luz, van pegados a sus bordes. Observo, cada vez más asombrado lo que está sucediendo ante mi ojos, pero aún no he presenciado lo más intrigante del show y que le dará un carácter indiscutiblemente extraterrestre a estos “cazadores”.

Desplazo mi mirada hacia la izquierda, para ver el foco de la luz y observar a quien lo transporta tan velozmente, por un terreno abrupto y con miles de matas de espino, pero todo funciona como si se deslizaran por una ancha avenida pavimentada. Una sensación donde se mezclan el miedo y lo maravilloso recorre mi espina dorsal, y hace que un temblor me recorra entero mientras el sudor baña mi frente: la luz proviene de un espejo levemente ovalado, de a lo menos un metro de diámetro que flota sobre los espinos. Su cara es blanca como de luz fluorescente pero la extensa franja de luz que emite, es naranja. Ya lo dije, el espejo flota en el aire porque nadie lo sostiene; a su alrededor—ni debajo ni arriba—no hay nadie, sólo el foco.

Las manos de mi hijo, que ha estado detrás de mí todo este rato, me oprimen los hombros y con voz temblorosa me pide que regresemos al grupo, que ajeno a todo lo relatado, charla animadamente alrededor de las brillantes luces de la TV. Es obvio que Osvaldo Jr. Ha presenciado, sin necesidad de binoculares, el paso de esta comitiva fantasma.

Luces publicadas en el libro “Los seres de la luz “
El fenómeno se repitió el Sábado 12 de Abril de 2008 ante dos testigos.

Cuando los exploradores se han alejado más de 500 metros rumbo a la cuchara, a lo menos tres personajes comienzan a descender, alumbrados por la brillantez del rayo naranja. De pronto, el rayo hace un giro vertical de 180 grados apuntando hacia el norte y se apaga. Con profunda extrañeza compruebo que los enigmáticos personajes han de bajar hacia el plan en medio de una profunda oscuridad. Con mi hijo regresamos hacia el grupo, sin hacer mención de lo ocurrido. En ese momento, Bruno Balestrazzi, recibe un llamado del chofer del auto de TV Nacional, que ha quedado en su coche y al cuidado de los dos restantes automóviles, diciendo que se acerca un grupo de cazadores y si deseamos conversar con ellos, para pedirles que nos esperen. Nuestra respuesta es afirmativa y comenzamos de inmediato el descenso hacia el plan, alumbrando nuestro sendero con las luces de la TV. Llegamos al lado de los vehículos en momentos que cuatro “cazadores” se aproximan a nosotros.

El grupo (inolvidable en mi memoria) lo componen cuatro seres. Tres de ellos, de corta estatura (no superiores al metro 55) visten mamelucos de color azul oscuro. Mi hijo me hace notar, hablándome al oído, lo extraño de sus bocas y sus orejas. Sus bocas son levemente trompudas y sus orejas alargadas, como las del personaje de una serie televisiva—el señor Spock—y cargan los implementos del cazador: morral, una escopeta, cantimploras y un par de mochilas, al parecer vacías.

Al preocuparme del cazador, mi asombro sube al máximo. Yo quedo instalado frente mismo al personaje, separado de él no más de dos y medio metros. Desde ese instante me posee la sensación de estar sumido en una especie de fascinación y sólo me preocupo del cazador, porque no me cabe la menor duda que estamos frente a un grupo de extraterrestres. Me siento embargado de una mezcla de miedo, admiración e incredulidad, incapaz de hablar, como adherido al terreno. Sólo miro y analizo. El personaje hace un gesto, pidiendo que no hagan preguntas aún: teatralmente, toma la escopeta, dobla su cañón, extrae los dos proyectiles que guarda en su cinturón canana, cierra el arma y la devuelve a uno de sus acompañantes. Entonces me vuelvo a fijar en ellos. Se han sentado en el suelo a los pies del cazador. La similitud entre un cazador y los perros echados a su alrededor, es innegable. El hombre (no sé como llamarle, su aspecto es enteramente humano) mide un metro y 75 centímetros, aproximadamente. Viste un pantalón de color gris sin la menor arruga y la raya de ambas piernas está impecablemente planchada. Su camisa de mangas cortas, es también gris, algo más clara que los pantalones. Sus zapatos, muy estilizados, de color negro, brillan como si estuviesen recién lustrados. Pero mientras descargaba la escopeta, iba relatando que la cacería había resultado infructuosa, que sufrió varias caídas y revolcones para al final, irse con el morral vacío, sin haber cazado ni un sólo conejo. Pero frente a mi, veo a un tipo que sale recién de la sastrería y los baños turcos. Su rostro es blanco y levemente rosado, su pelo es tirado a gris y todo el conjunto me recuerda a un oficial alemán de la Segunda Guerra.

Pese a que ya la sordera comienza a afectar mis oídos, escucho todas sus palabras con una nitidez asombrosa. Lo oigo contar anécdotas de otras cacerías y que tiene un amigo que fue a cazar a Chicureo (Colina) y regresó con la camioneta llena de conejos. Mis compañeros celebran sus palabras y la charla se hace insípida por falta de una temática más novedosa. En los tiempos posteriores, me he preguntado muchas veces, por qué no abrí la boca para preguntarle de donde provenían y decirle que me parecían de otro mundo…pero no dije nada, estaba mudo observando al cazador.

Trataba de identificar su acento. Hablaba el castellano correctamente, intercalando palabras vulgares. En mi juventud jugué béisbol, por lo cual tuve contacto con numerosos estudiantes centroamericanos; en mi larga carrera profesional, hablé con argentinos, peruanos, venezolanos, paraguayos y durante u mes, recorrí España. Pero este cazador no tenía ninguna entonación conocida. Sencillamente, parecía hablar un castellano producido electrónicamente.

En la cima del cerro y en el interior de la cuchara, aún merodean otras dos luces. De pronto, una de ellas emite un rayo recto y delgado como un tubo de luz, que pega directamente sobre el hombro izquierdo del cazador y alguien le pregunta ingenuamente….¿se tiene que ir? El hombre sin abandonar su gesto severo de todo instante dice, me llaman. Yo no despego la vista del chorro luminoso y entonces mi asombro sube al máximo porque nunca he visto nada igual. El tubo luminoso está compuesto por miles de filamentos de desigual tamaño y entre cada filamento—unos cortos y otros más largo, todos de diferente extensión—hay una pequeña esferita intensamente negra en cada extremo de estos “tallarines” luminosos. No puedo evitar asociar la luz con el código Morse de…raya, punto, raya…etc.

La charla llega a su fin. Ha durado alrededor de 15 minutos. Los ayudantes se ponen de pié y en ese instante recobro el habla y le digo al cazador:¿qué días viene a cazar? Su reacción es sorprendente. Se vuelve hacia mí y en su cara hay enojo, ira, como furioso de mi intervención. Pero se calma inmediatamente y me dice: Bueno…cualquier día

Cuando los cazadores se ponen en marcha, alguien me toca un hombro. Es el ingeniero de TV Nacional—quien ha estado a mis espaldas todo el tiempo—y me dice: ¿te fijástes qué luz más rara? Me quedo observando al grupo del cazador y sus ayudantes como van subiendo por el sendero que lleva a la colina que fue nuestro campamento base, en plena oscuridad, hasta desaparecer en la noche (se nos agotaron las baterías, dijo en cierto momento el cazador en el curso de la charla).

Me apresuro en reunirme con mis acompañantes, que ya están al lado de los autos y algunos se mofan y me dicen: ahí están tus extraterrestres. De pronto se me ocurre preguntarles: ¿en qué, y por donde se fueron? Varios se apresuran en responder: tomaron su camioneta y partieron antes que nosotros. ¿Qué camioneta? insisto. Bueno, dice alguien, deben haber llegado en camioneta, eran varios y con los equipos. Pero hay dudas y el chofer de TV aclara: aquí no había ninguna camioneta. Más rostros dudosos y mi hijo interviene: subieron al cerro en plena oscuridad. Nadie parece creerle. Entonces se comienza a afirmar mi idea del manejo de los cerebros humanos, que hacen estos exploradores; ellos logran que los terrestres, que están en las cercanías de su campo de acción, vean y escuchen lo que ellos desean que observemos y oigamos, lo que fui constatando, cada vez más asombrado, en mis numerosas excursiones que realicé posteriormente - siempre llevando testigos - por esos cerros, virtual campo de investigación terrestre, de nuestros vecinos de un espacio-tiempo (pegadito al nuestro… ¿verdad maestro Einstein?), del cual entran y salen con mucha mayor facilidad y con mucho menos riesgo, que atravesar la Gran Vía en Madrid o la Alameda en Santiago … Pero eso es materia de otras historias.


Nota:

Amplia repercusión tuvo en Europa la publicación de los fenómenos enunciados por Osvaldo Muray en la cadena de cerros que rodean la capital Santiago, como muestra lo editado por la Revista española Karma-7 a finales de los años 90, dirigida en aquellos años por el investigador español Josep Guijarro, quien mostró gran interés por este tema.

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