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Su cuerpo estaba en perfecto estado, sus tejidos corporales denotaban detalles de una piel intacta, su pelo, su ropaje, todo estaba perfectamente conservado. (Ver más...)
 
 
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LEYENDAS Y MITOLOGÍA COSTUMBRISTA
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El Conde de La Noria
Autor: Ernesto Zepeda Rojas

La Noria, otrora bullente emporio de actividad salitrera es hoy un pueblo en ruinas. Gruesas murallas de adobe pampino aún se mantienen enhiestas como desafiando al tiempo; ellas protegían a los habitantes del ríspido clima del desierto. Pernoctar en este lugar, sobre todo en las noches de plenilunio tiene algo de irreal y sobrecogedor.

Dicen los viejos salitreros que a media noche justo al dar el reloj las doce campanadas, La Noria vuelve a la vida. Se encienden las luces de gas acetileno, tañen las campanas de la iglesia, se abren los establecimientos comerciales y los lugares de juego y diversión, ladran los perros y los vecinos salen a las calles vestidos con sus mejores galas deteniéndose a comentar las últimas noticias

Muestra de las murallas de la salitrera abandonada de La Noria, que hace alusión el autor

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El cementerio del pueblo ubicado en las faldas de un promontorio que domina la hoyada y cuyo nombre es Cerro La Noria, guarda los restos mortales de los hombres mujeres y niños, que pasaron a mejor vida. Este camposanto se encuentra abandonado y saqueado por los chatarreros que nada respetan. Sin embargo, entrando a mano izquierda yérguese majestuosa una pesada lápida de pizarra negra que señala la tumba de un joven hijo de la rubia Albión, fallecido el 18 de Septiembre de 1883 a la temprana edad de 26 años. Su nombre: Joseph Dixon Edmonton, natural de Norwick, Cumbrita, Inglaterra. El epitafio reza: In They O Lord is our hope (En ti, Oh Señor está nuestra esperanza)

Personal del IIEE inspecciona el cementerio de La Noria

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Durante la época del auge salitero, las familias pampinas que iban a llorar a sus muertos se detenían ante la piedra y, en su básica cultura exenta de estudios e información, trataban de descifrar el secreto de los signos esculpidos. Los más avisados, generalmente viejos empleados del escritorio y sentenciaban: “Aquí está sepultado un Lord inglés, seguramente debe tratarse de un noble ¿Un conde tal vez? Desde entonces Joseph quedó bautizado en el folclore popular salitrero como El Conde de La Noria.

Pasó el tiempo y se produjo la debacle del salitre. Las chimeneas de las oficinas que, en crecido número, circundaban el pueblo fueron apagando sus fuegos una a una y la soledad vino a sentar sus reales en aquellos inhóspitos parajes. Como nube de langostas aparecieron los chatarreros, ficheros y coleccionistas llevándose todo lo transportable… Un manto de silencio y olvido se abatió sobre la hoyada de La Noria.

A fines de la década del sesenta, un grupo de doce exploradores recorría la pampa en son de estudio recolectando al mismo tiempo piezas antiguas para el museo de Pozo Almonte. Ellos manifestaron su curiosidad por la tumba del Conde, lo que les indujo a solicitar y obtener de la autoridad un permiso correspondiente para exhumar el cadáver.

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Así, un día, presumidos de las herramientas necesarias regresaron y procedieron a retirar la sobretumba, pesada estructura de ladrillos y argamasa, dándose comienzo a la excavación. A un metro de profundidad hallaron una caja de madera de diez por diez por cincuenta centímetros, en cuyo interior descubrieron un antebrazo humano momificado por la naturaleza y extrañamente conservado. Al parecer este miembro fue desprendido a viva fuerza del resto del cuerpo porque carece de huellas de sierra u otro objeto cortante. A todas luces, los restos corresponderían a una persona de sexo femenino.


Una vez repuestos de la primera impresión nuestros amigos continuaron excavando, y a los tres metros de profundidad apareció el féretro, caja de muy buena calidad tapizada en terciopelo de color púrpura. Se izó de inmediato a la superficie para proceder a su apertura. Al retirarse la tapa, nuestros amigos pudieron observar los restos mortales de un joven rubio de rostro agraciado que lucía una barba nazarena muy bien cuidada. Hacía las veces de mortaja un bien cortado traje blanco de finísima tela. Zapatos de charol y una corbata negra de lazo completaban su indumentaria; la cabeza reposaba sobre un cojín de raso blanco; ambas manos estaban cruzadas sobre el pecho y, en general Joseph tenía la apariencia y actitud de un durmiente.

Tumbas del siglo XIX aún permanecen erguidas antes la inclemencia del clima del desierto, en el cementerio de La Noria.

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Después de rezar una oración, los exploradores procedieron a bajar el ataúd sin olvidar el brazo cercenado dentro de su correspondiente caja, rellenaron la fosa y la cubrieron con la sobretumba.

Esta experiencia marco profundas huellas sicológicas en algunos aventureros, tanto así que uno de ellos extravió la razón. Decía que cada vez que alguien golpeaba a la puerta de su casa, se imaginaba que al abrirla se encontraría de manos en boca con el Conde de La Noria y hasta lo vislumbró en penumbras luciendo su albo smoking. Al poco tiempo, este señor falleció de muerte repentina.

Transcurrieron más de diez años y una noche, en regada reunión de amigos, don Luis Covarrubias Ornayo, fundador y presidente honorario vitalicio del círculo de Guías de Turismo Cultural Iquique Asociación gremial (quien hizo de jefe de la citada expedición), relató con lujos y detalles la experiencia ocurrida en el camposanto de La Noria. Esta narración concitó el interés de un oficial del ejército presente en la tertulia quien, debidamente autorizado, viajó a La Noria con un pelotón de soldados conscriptos para repetir la exhumación del cadáver de Joseph Dixon Edmonson. Para hacerla historia corta, se siguieron los mismos pasos de la primera vez; pero ahora, al abrir el féretro ¡éste se encontraba vacío!

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No habiéndose cumplido la misión., Todo se dejó tal como estaba y no se habló más del asunto.

Ahora bien, el Círculo de Guías prosperó y se dedicó a fomentar las actividades turísticas dentro de la provincia de Iquique. Durante una de las salidas a terreno, alrededor de la fogata nocturna frente a las ruinas de la iglesia de La Noria, don Lucho narró esta historia sin olvidar detalles y cual más cual menos, todo el auditorio se sintió impactado manifestando interés por conocer mayores antecedentes del difunto Conde.

Con los escasos datos que se poseían, obtenidos de la misma lápida, se procedió a escribir una carta al Jefe del Municipio de Kenwick solicitándosele antecedentes de Joseph Dixon Edmonson. Esta fecha fue disparada al aire en Agosto de 1992. En Noviembre del mismo año se recibió respuesta en una carta firmada por Mr. George Bott, funcionario de dicha corporación quien fuera comisionado para tal efecto. La información recibida era muy escueta: El apellido Edmonton, con todas sus variantes, es tan común en Cumbría como los González o Rojas en nuestro país; por otra parte, la casa W. Bromley, fabricante de la lápida, había cerrado sus puertas hacia varias décadas. El Círculo contesto agradeciendo a Mr Bott su gentileza y, por segunda vez, se dio por cerrado el caso
Al fondo de la foto restos de la iglesia de La Noria.
 

Sin embargo, en Junio de 1993 la Asociación >Gremial recibió un aerograma de Mr Bott quien enviaba esta vez la información requerida, que se puede sintetizar como sigue: el origen de la familia de Joseph se remonta a los años 1750. Estos Edmonton en particular vivieron de una posesión cerca de Kenwick llamada Burns Farm, la que aún perdura. En el censo de 1871 su padre también de nombre Joseph, está descrito como un agricultor dueño de ochenta acres, dando empleo a un hombre y aun muchazo. Él tuvo seis hijos nacidos entre 1854 y 1866, siendo Joseph el segundo, dado a luz en 1858. El cementerio de la iglesia local tiene tres lápidas con inscripciones referentes a varios miembros de la familia y es interesante notar que Joseph Dixon no fue el único hijo que emigró al extranjero. Thomas (1864-1898) murió en Colorado (USA), John (1866-1903) falleció en Córdoba (Argentina). Ambos estaban en la treintena. Un tercer hijo, Edward, falleció a la edad de 16 años. Este joven asistía a un prestigioso colegio, circunstancia ésta que podría sugerir que los Edmonson fueron una familia razonablemente acaudalada.

Continúa Mr. Bott diciéndonos que “la inscripción de la tumba de Joseph padre habla
También de Joseph Dixon Edmonson, quien murió en La Limeña cerca de Iquique S.A., Septiembre 18 de 1883 a la edad de 26 años. También he visto los libros de W. Bromley, quines fabricaron la lápida que ustedes han descubierto en La Noria y he encontrado la cuenta correspondiente a la piedra. El total de la factura fue de ocho libras dieciséis chelines, lo que incluye la preparación y grabado de la inscripción y la confección de dos fuertes cajas de embalajes las que fueron enviadas a Liverpool para su posterior embarque a América. Ha habido un considerable interés local en Joseph Dixon desde que he tratado de descubrir mayores detalles acerca de él, fuera de los que he consignado más arriba”

Bien, lo único que queda por agregar es que cada vez que los socios del Círculo viajan a La Noria -ex Limeña- se apresuran en ir a saludar al Conde y, en cuanto al antebrazo amputado siempre es descubierto en un lugar distinto al que se dejaba la vez anterior.

Lector, si esta historia verídica te ha dado que pensar, enhorabuena, porque ese ha sido el objetivo de la narración; pero te aseguro que yo no me atrevería a excavar nuevamente la tumba del Conde de La Noria… ¿y tú lo harías?

Norte Nostrum
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